jueves, 11 de junio de 2009

Contaminación acustica


http://www.ellitorial.com/
4 de enero del 2009




"CUANDO LAS CALLES GRITAN
Los sonidos que adquieren niveles intolerables para el oído se convierten en un factor de riesgo para la salud. La nueva cultura ruidosa es un factor disociador que preocupa a los habitantes de la ciudad.
Cada fin de semana, los teléfonos de esta Redacción se saturan de llamados de vecinos que, cansados de no poder dormir por causa de los ruidos provenientes de boliches bailables o de las picadas de autos y motos, buscan ayuda en los medios ante la falta de respuestas desde los ámbitos oficiales.
Se calcula que un 70% de los habitantes de ciudades sufren niveles de ruido superiores a los 65 decibeles, el umbral a partir del cual los científicos y expertos sanitarios consideran inaceptable el ruido.
El ruido generado por la actividad humana es el contaminante más frecuente de nuestro entorno, y de tan familiar que resulta, es el que menos atención suscita. Se percibe una notoria falta de sensibilidad ante este problema, no sólo en las autoridades -que no adoptan medidas eficaces para combatirlo- sino en la propia sociedad, que protesta ante problemas ecológicos de menor envergadura y guarda un inexplicable silencio ante la agresión que supone el ruido.
Tan sólo cuando afecta de forma escandalosa y salta a los medios de comunicación, recordamos que el ruido existe y que molesta a la quienes lo padecen.
En la industria se cuentan por miles los profesionales que han perdido la audición por culpa de ruido en las empresas, pero el ruido ha traspasado los límites de las fábricas para invadir calles, domicilios, espectáculos públicos, etc.
El ruido no sólo produce daño en el oído y pérdida de la audición: sus efectos a corto, medio y largo plazo van más allá y afectan prácticamente a todo el organismo.


El sonido de intensidad variable
El sonido es una vibración del medio, una onda mecánica que se genera y propaga a través del aire, de los líquidos y de los sólidos. Del mismo modo que al lanzar una piedra a un estanque se dibujan a su alrededor ondas que se desplazan hasta llegar al borde, las ondas sonoras viajan a través del aire hasta el oído. Aquí son recogidas por el pabellón auricular y conducto auditivo externo.
La intensidad de las ondas sonoras se mide en decibeles. Para aproximarnos al valor de un determinado número de decibeles, sirvan como ejemplo la voz hablada, que emite alrededor de 50 decibeles, una procesadora de alimentos que alcanza 70 decibeles y una moto con escape libre que puede producir 110 decibeles.
No hay una definición exacta para el ruido, pero se admite que se trata de un sonido que provoca una sensación desagradable en quien lo escucha. Evidentemente, esta definición se encuentra muy ligada a la subjetividad, ya que un nivel de 100-110 decibeles en una discoteca resulta aceptable y hasta agradable para quien se encuentra allí divirtiéndose y, en cambio, 40 decibeles pueden parecer para esa misma persona insoportables si intenta dormir.


Diferentes formas de sordera
Las creencias más extendidas afirman que con el paso de los años se pierde audición, lo que se denomina presbiacusia o sordera de la vejez. Pero la realidad es que numerosos estudios han constatado que las personas no sometidas a ruidos excesivos a lo largo de su vida, presentan en la vejez una pérdida auditiva despreciable y que la presbiacusia es un fenómeno más unido al ruido ambiental que al envejecimiento.
Los niños y jóvenes de hoy día soportan desde la infancia niveles de ruido que sobrepasan muchas veces los considerados, un tanto artificiales y de consenso, nocivos para la salud.
Cuando se superan los 80 decibeles y la exposición se prolonga en el tiempo, el oído se va dañando de forma casi imperceptible y quien sufre ese ruido se vuelve "duro de oído", para terminar padeciendo una sordera cada vez más acusada a las frecuencias agudas y a las frecuencias conversacionales.
Se trata de un proceso que conduce irreversiblemente a la pérdida de la audición, ya que no existe tratamiento. Estas personas precisan que se les hable más alto cada vez, no oyen el timbre de casa o el teléfono, suben el volumen del televisor y de la radio con la consiguiente molestia para los demás. También escuchan zumbidos en los oídos -denominados acúfenos-, que pueden ser molestos e incluso alterar el sueño de quien los padece.


Los jóvenes, grupo de riesgo
Los primeros síntomas de fatiga auditiva se detectan precozmente mediante una audiometría que evalúa la capacidad auditiva. Este examen permite reconocer las primeras manifestaciones de sordera y adoptar las medidas pertinentes.
En la actualidad, se observan en jóvenes alteraciones audiométricas típicas del trauma sonoro, debido a que cada vez hay mayor exposición a niveles absolutamente perjudiciales. Se han medido más de 100 decibeles en confiterías bailables, bares o cines, sin olvidar el uso extendido del walkman, cuyos altavoces se introducen en el oído, cerca del tímpano y se utilizan a menudo con un nivel sonoro muy elevado.
Tampoco dentro del hogar hay excesivo silencio: televisor, radio, equipos musicales y otros electrodomésticos provocan niveles que superan los 60-70 decibeles cuando varios de ellos funcionan simultáneamente.


Sancionados por la ley
Las leyes permiten denunciar a quienes causan ruidos excesivos. Tanto la vía judicial civil como la vía administrativa e incluso la penal son válidas para encauzar los reclamos.
Ya nadie pone en duda que el exceso de ruido es un problema. Las quejas generadas por las actividades de ocio, nocturno y diurno, por obras, por la proximidad de carreteras, aeropuertos o fábricas ruidosas, son continuas por parte de los vecinos que ven cómo la intimidad de sus hogares se ve invadida por un sinfín de molestos sonidos a alto volumen que perturban su calidad de vida.
Hoy los expertos consideran la contaminación acústica como una de las más molestas y de las que mayor incidencia tiene sobre el bienestar humano.
La primera declaración internacional que contempló las consecuencias del ruido se remonta a 1972, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió catalogarlo genéricamente como un tipo más de contaminación. Siete años después, la Conferencia de Estocolmo clasificaba al ruido como un contaminante específico.
El sueño, la atención y la percepción del lenguaje hablado son las actividades más perjudicadas. El sueño se altera a partir de 45 dB (equivale al fondo sonoro de una calle residencial sin tráfico rodado, en horario diurno). Y quien sufre alteraciones del sueño puede padecer efectos como la sensación de cansancio, el bajo rendimiento académico o profesional o los cambios de humor. De ahí, la conveniencia de que durante las horas de descanso nocturno disfrutemos de ese silencio que evita las interrupciones del sueño.


¿Se puede controlar el ruido?
Los métodos para contrarrestar los sonidos excesivos se clasifican en activos y pasivos (los más desarrollados) y actúan sobre la fuente que los produce. Es conocida la eficacia de métodos pasivos como los absorbentes superficiales (pantallas acústicas), silenciadores reactivos, materiales porosos, soportes antivibratorios o resonadores.
Estas técnicas responden a un planteamiento defensivo, lo que limita su efectividad última y un ejemplo de ello lo encontramos en la arquitectura (sólo se insonorizan teatros, cines y auditorios) y en la planificación urbana. Esta última abarca aspectos tan determinantes como el tipo de construcción del pavimento, cuya calidad incide en los niveles de ruido producido por el rozamiento de los vehículos, que pueden ser incluso superiores a los ruidos del motor del coche.
Una primera acción para mejorar esta incorrecta planificación sería la de elaborar un mapa acústico (medida y análisis de los niveles sonoros de diversos puntos de la ciudad), centrándose en el tránsito pero sin olvidar otros emisores de ruido como los locales nocturnos. A partir del estudio, se podrían adoptar medidas defensivas -el control del ruido en las motos, sin ir más lejos-, y preventivas, contempladas a medio o largo plazo en función de la planificación urbanística de la ciudad.


Cuando Morfeo nos rehúye...
Casi un tercio de la población padece problemas de alteración del sueño, pero sólo un 10% de los afectados está correctamente diagnosticado y tratado. Y entre los trastornos del sueño, destaca la alta incidencia del insomnio por ruidos molestos.
No dormir el número de horas suficiente, despertar a media noche y no poder conciliar el sueño o levantarnos con la sensación de no haber descansado son situaciones en las que todos nos hemos visto en alguna ocasión, con las consecuencias que acarrean: irritabilidad, problemas de concentración, dificultad para acometer tareas laborales o para conducir, cansancio diurno...
El sueño es uno de los indicadores clave de nuestra calidad de vida y los trastornos derivados de su falta constituyen, por su frecuencia y su repercusión en el bienestar general y psicológico, un grave problema sanitario de las sociedades modernas. Necesitamos descansar, dormir, más que otra cosa: sin dormir aguantaríamos muy poco, nos convertiríamos en psicóticos. Además, el descanso que obtenemos del sueño debe ser reparador, tanto a nivel físico como mental.


Qué es el sueño
Contrariamente a lo que se piensa, durante el sueño no se apagan las funciones del organismo ni entra el cerebro un estado de reposo absoluto. Dormir es una compleja actividad cerebral de carácter cíclico, que refleja los ritmos circadianos (la sucesión de vigilia y sueño) a los que está sometido el organismo humano. Una vez iniciado el sueño, no es homogéneo durante el tiempo que dormimos.
La poligrafía (que registra simultáneamente la actividad cerebral, el ritmo cardíaco y respiratorio, los movimientos del tórax y del abdomen, la actividad ocular y la tensión arterial) permite estudiar cómo se comporta nuestro cuerpo mientras duerme. Se sabe hoy que cuando se inicia el sueño, cambia la actividad cerebral y los registros de la actividad ocular permiten reconocer dos tipos de sueño: el que se acompaña de movimientos oculares rápidos (sueño MOR) y el que no presenta esos movimientos (sueño NMOR). Ambos se alternan durante la noche y estos cambios varían también con la edad, siendo distintos en los diferentes períodos de la vida.
Se considera normal una media de ocho horas de sueño, aunque algunas personas requieren más horas y otras menos. Sin embargo, las estadísticas indican que la media real en los países desarrollados, apenas supera las siete horas. Con la edad disminuye la necesidad de dormir, mientras que niños y adolescentes son quienes más horas de sueño precisan.
Desde los años 70 se han efectuado estudios epidemiológicos que concluyen que un 25%-30% de la población sufre algún trastorno del sueño cuyo exponente más frecuente es el insomnio, la reducción total del sueño, bien por dificultad para conciliarlo o mantenerlo, bien por un despertar precoz por alguna señal de alarma o ruidos molestos. También se sabe que conforme aumenta la edad lo hacen también los trastornos del sueño, pero el insomnio no es exclusivo de los adultos ya que también los niños lo pueden padecer. Otra constatación estadística es que los trastornos del sueño son más frecuentes en la mujer y que el uso de psicofármacos para tratar estos trastornos aumenta con la edad, en especial entre las mujeres."

No hay comentarios:

Publicar un comentario